Justicia, Derecho y Fútbol. Primera parte.
¿Qué es lo que tratamos de expresar cuando afirmamos que un equipo de futbol ganó justamente? Lo primero que se nos viene en mente es quizá que ese equipo mereció ganar; es decir, que hizo más méritos futbolísticos para que tal cosa sucediera. El problema de contestar de esa manera, es que ese planteamiento nos lleva a una segunda interrogante igualmente problemática: ¿Qué debe entenderse por méritos futbolísticos? ¿Es mejor o tiene más mérito el equipo más ofensivo? ¿Es mejor o tiene más mérito el equipo que tiene mayor posesión de balón? ¿Es mejor o tiene más mérito el equipo que mejor se defiende?
Es interesante esta reflexión porque si aceptamos que el objetivo del futbol es ganar en el tiempo reglamentario marcando más goles que el rival, para ser congruentes con ese objetivo, estaríamos obligados a aceptar, en principio, que aquel equipo que hizo más goles es el que jugó mejor; sin embargo, las cosas, según los expertos, no parecen ser tan sencillas. Al parecer es posible que el equipo que desarrolló un mejor futbol en términos estéticos [según lo que cada experto entienda por tal cosa], no termine ganando el encuentro. Entonces frases como: “Ganó no quien lo mereció, sino quien metió la pelota en la portería”, sí tendrían cierto sentido.
Esta racionalización tiene presente una idea clara pero contraintuitiva. Jugar bien futbol, a veces y solo a veces, nada tiene que ver con acertar a la portería. Pero, ¿en realidad es esto posible? ¿Puede válidamente afirmarse que un equipo jugó mejor que otro aunque no cumplió con el objetivo último y único del juego? Pues tal parece, según los expertos, que esto en ocasiones sí es posible.
Ahora bien, si nos detenemos a analizar un poco el razonamiento que está detrás de esta forma pensar por parte de los conocedores del futbol, es posible dar cuenta que lo que en el fondo están intentando expresar es que existen varias maneras de ganar un partido de futbol. Pero que hay algunas formas mejores que otras. De manera que no basta solamente con ganar, sino que es preciso hacerlo bien; es decir, las formas, para algunos, son algo así como parte del fondo. Incluso hay quien piensa que en ocasiones la manera en que un equipo encara un juego es tan vistosa o estéticamente plausible que el resultado del propio partido puede pasar a un segundo plano.
Bien, dejemos por un momento esas reflexiones hasta aquí y volvamos a la pregunta inicial ¿Qué es lo que tratamos de decir cuando afirmamos que un equipo de futbol ganó justamente? Otra respuesta que se puede aventurar a esta interrogante es que en ocasiones lo que se trata de expresar cuando decimos que un equipo ganó justamente es que lo hizo sin que el resultado se viera afectado por una incorrecta o deficiente aplicación del reglamento de juego. Esta circunstancia la podemos ver con mayor claridad desde un plano de observación negativo; desde ahí pueden formularse reproches como: “ganó injustamente porque no se le cobró un penal”; “El gol fue mal anulado porque no estaba en fuera de juego”; “la pelota entró en la portería por lo que el gol debió contar en el marcador”. En todos estos casos, es posible afirmar racionalmente que la victoria fue injusta. Nadie discutiría una afirmación así ¿o sí?
En principio podría pensarse que quien acepte las reglas de juego y se comprometa con ellas independientemente de sus preferencias o gustos por tal o cual equipo tendría que aceptar que la victoria se vio manchada por un error arbitral, por lo que si bien hay un ganador, no es en realidad un justo ganador. Por otro lado, también habría quien podría afirmar que incluso con error arbitral y todo, la victoria fue justa. Seguramente quien así piense no entenderá por justicia futbolística ganar siguiendo las reglas de juego, sino jugar con un mayor mérito estético. Esas personas podrían afirmar por ejemplo: “Es verdad que hubo un error arbitral, pero de cualquiera manera mereció ganar ese equipo, por lo que es justo vencedor”.
Como se observa, es interesante que haya quien sostenga que jugar mejor puede no tener nada que ver con lograr el objetivo del propio juego. Visto el juego de esa manera entonces el deporte se vuelve un juego de apreciación, como por ejemplo: el Boxeo. Lo curioso es que puede ser ininteligible llevar este tipo de reflexiones a otras disciplinas deportivas como por ejemplo la Formula 1. Difícilmente alguien aceptaría que un piloto fue superior a los demás aunque llegó en último lugar sólo porque su forma de conducir es más estética, agrada más. O que un taekwondoin es mejor porque sus movimientos son más estilizados aunque no haya conseguido asestar un sólo golpe. La estética, parece ser, que sólo hace sentido predicarla en función del objetivo final del propio deporte. Pueden ser mejores los movimientos del taekwondoin, pueden ser mejores las maniobras del piloto, pueden ser mejores las tácticas de cierto equipo de futbol, pero esto no implica que su actuación, tomada en su conjunto, pueda considerarse mejor que la del rival.
Si tratamos de llevar estas reflexiones al campo del Derecho nos topamos con aspectos interesantes. ¿Por qué en ese ámbito es inteligible afirmar que en ocasiones quien actúa siguiendo normas jurídicas está actuando de manera injusta? ¿Qué diferencía las normas jurídicas de las normas del futbol como para que mientras en el juego quien siga las reglas hará lo justo, en el Derecho esto a veces no suceda?
La respuesta que de manera intuitiva surge es que se tratan de normas distintas; sin embargo, no parece claro en qué estribarían las diferencias. ¿Por qué seguir las reglas del futbol necesariamente implica ser justo vencedor y por qué en cambio seguir las reglas del Derecho no necesariamente implica comportarse de manera justa?
Una respuesta sería que mientras las reglas del futbol son todas justas. Las normas jurídicas no lo son, o por lo menos no todas ellas. Sin embargo, esa diferenciación se desvanece al dar cuenta que tampoco todas las reglas del futbol son justas. Por ejemplo, difícilmente podría predicarse la justicia de la regla que indica que tocar el balón con la mano dentro del área es falta si el movimiento del jugador es deliberado. Esa regla parece que toma como elemento importante de la infracción el ánimo o solvencia moral del jugador y no así que se haya entorpecido el juego; lo cual no tendría ningún reproche si no fuera por el hecho de que dentro del futbol hay muchas faltas que se señalan por imprudencia; de manera que si el reglamento fuera justo o por lo menos congruente, esas faltas no deberían ser marcadas en tanto no estaría clara la intención de agredir. ¿Qué diferencía tocar el balón con la mano por imprudencia, a dar un golpe en la pierna al contrario por las mismas razones? En principio parecería que nada; sin embargo, mientras esta última acción de juego debe señalarse como infracción [incluso bajo ciertas circunstancias puede ser merecedora de expulsión], en cambio aquella otra no.
Eso, en el Derecho sería asimilable a una antinomia impropia que parte de la doctrina ha dado en llamar de valoración. Esta clase de antinomias se manifiestan cuando el legislador crea dos normas cuyas consecuencias jurídicas resultan por comparación incongruentes axiológicamente. Por ejemplo, sería una antinomia de valoración si el legislador sancionara de manera más severa una bofetada que una lesión con arma blanca.
¿Qué es entonces lo que diferencía las reglas del futbol a las normas jurídicas? Otra respuesta que podría aventurarse es que en el futbol, hay al menos dos perspectivas para predicar la justicia o la injusticia del juego. Una perspectiva que podríamos llamar formal, y otra a la que denominaremos axiológica. Desde la perspectiva formal, ganar con justicia necesariamente implica marcar más goles que el rival respetando todas las reglas del juego. Desde esta perspectiva, las únicas controversias posibles serían aquellas que en Derecho se conocen como de clasificación. Por ejemplo, aunque entre los jugadores no habría problema en aceptar que constituye una falta y merecedora de tarjeta amarilla cortar el avance del rival, sí pudiera dar lugar a controversia determinar si una conducta concreta, verificada en el contexto del propio juego, puede entenderse o no como entorpecedora de la actividad ofensiva del oponente; es decir, desde la perspectiva formal, la regla en principio no es problemática, problemática es la clasificación de los hechos, esto es, la conclusión de que los hechos verificados son los mismos descritos por la regla de juego.
En cambio, desde la perspectiva axiológica, una victoria justa no implica marcar más goles que el rival respetando todas las reglas del juego, sino aquella que se obtiene de manera meritoria; es decir, respetando ciertos valores que se consideran relevantes principalmente relacionados con la esteticidad del juego como lo sería, el volumen de pases entre los jugadores o la vocación ofensiva del equipo.
En el Derecho la cuestión podría ser similar.
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